El Sol es una estrella pobre en carbono, y por tanto la Tierra, que se formó de la misma nebulosa de la que surgió el Sol, está hecha en buena parte de silicatos, no de carbono. En cambio, las estrellas con mucho más carbono que el Sol presumiblemente deben contar a su alrededor con planetas muy ricos en carbono, y que quizá incluso poseen capas de carbono en su forma de diamante.
Mediante cálculos con modelos digitales sobre la geoquímica de esta clase de sistemas planetarios, el equipo de Torrence Johnson del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA, en Pasadena, California, ha determinado que tales sistemas carecen de provisiones de hielo de agua que permitan abastecer a planetas y hagan posible la existencia de océanos en la superficie de aquellos que reúnan las condiciones adecuadas de temperatura y presión para la presencia de agua líquida.
En nuestro sistema solar, en cambio, el hielo de agua es abundante. La mera caída de cometas a la Tierra, durante una época del pasado lejano en la que las colisiones entre cuerpos celestes fueron muchísimo más frecuentes que hoy en día, pudo bastar para abastecer de agua la superficie de nuestro mundo.
Resulta irónico que el carbono, el elemento principal para la vida, si se vuelve tan abundante como en esos planetas, no solo no aumente las probabilidades de surgimiento de vida sino que las reduzca, tal como razona Jonathan Lunine de la Universidad Cornell en Ithaca, Nueva York, del equipo de investigación.
Por tanto, los planetas diamantinos con masa y fuerza de gravedad similares a las de la Tierra, por muy fascinantes que nos parezcan a los humanos dado el valor que para nosotros tienen los diamantes que tanto escasean en la Tierra, serán, si es que existen, mundos desérticos sin una gota de agua y desprovistos por completo de vida, nada que ver con el paraíso biológico que es la Tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario