"La pareja de naves fue lanzada hace ahora cuarenta años y todavía envía datos puntualmente. Una de ellas ya ha abandonado el Sistema Solar para adentrarse en el espacio interestelar"
Cuando fueron lanzadas hace cuarenta años desde Cabo Cañaveral en Florida (EE.UU.) muy pocos habrían apostado que hoy permanecerían en activo, enviando información a la Tierra puntualmente, durante tanto tiempo. Las Voyager 1 y 2 de la NASA se han convertido en dos naves míticas. La primera ya se encuentra en el espacio interestelar y la segunda está a punto de cruzar la frontera del Sistema Solar, convirtiéndose en los objetos creados por el hombre que han llegado más lejos.
«Nadie sabía, cuando las lanzamos (las sondas) hace 40 años, que todo seguiría funcionando y que íbamos a continuar este viaje de pioneros», afirmaba con orgullo Ed Stone, líder científico del proyecto.
La Voyager 2 emprendió su camino el 20 de agosto de 1977, seguida por su gemela el 5 de septiembre. Pero la 1 fue colocada en una trayectoria más corta y rápida, lo que le permitió tomar ventaja. Ahora se encuentra en el espacio interestelar volando a casi 17 kilómetros por segundo, mientras la 2 lo hace a poco más de 15, lo que las convierte también en las naves más rápidas jamás construidas.
La misión Voyager no sólo tuvo que hacer frente a los rigores del espacio para sobrevivir. El presupuesto era escaso y la tecnología de exploración todavía muy limitada. Por ejemplo, para evitar que los cables se quedará fritos bajo el efecto de la radiación, un científico los envolvió en un vulgar papel de aluminio para cocinar.
Logros inmensos
A pesar de estos inconvenientes, la pareja cósmica ha logrado mostrar el Sistema Solar con una precisión sin precedentes. Las primeras imágenes de la Gran Mancha Roja de Júpiter, una tormenta gigantesca más grande de la Tierra, entusiasmaron a los científicos. «En ese momento eran mejores imágenes de las que cualquier telescopio terrestre podía ofrecer», recuerda Alan Cummings, un investigador que trabajó en el proyecto en 1973.
La misión Voyager también reveló la existencia de volcanes en Io, luna de Júpiter, la existencia de un océano bajo la superficie de la luna Europa, y mostró que los géiseres escupen hielo en Tritón, satélite de Neptuno. En definitiva, los libros de astronomía fueron reescritos gracias a las sondas. «Han revolucionado la astronomía planetaria», dice la NASA.
Además la Voyager 1 es la autora de una foto única, tomada el Día de San Valentín de 1990, en la que la Tierra aparece como un pequeño punto, una mota de polvo en un rayo de luz, menos de un píxel en la inmensidad del espacio. «Esta perspectiva subraya nuestra responsabilidad de preservar y apreciar este pequeño punto azul claro, la única casa que hemos conocido», dijo entonces astrónomo y divulgador Carl Sagan, que participó en el proyecto.
A pesar de estos inconvenientes, la pareja cósmica ha logrado mostrar el Sistema Solar con una precisión sin precedentes. Las primeras imágenes de la Gran Mancha Roja de Júpiter, una tormenta gigantesca más grande de la Tierra, entusiasmaron a los científicos. «En ese momento eran mejores imágenes de las que cualquier telescopio terrestre podía ofrecer», recuerda Alan Cummings, un investigador que trabajó en el proyecto en 1973.
La misión Voyager también reveló la existencia de volcanes en Io, luna de Júpiter, la existencia de un océano bajo la superficie de la luna Europa, y mostró que los géiseres escupen hielo en Tritón, satélite de Neptuno. En definitiva, los libros de astronomía fueron reescritos gracias a las sondas. «Han revolucionado la astronomía planetaria», dice la NASA.
Además la Voyager 1 es la autora de una foto única, tomada el Día de San Valentín de 1990, en la que la Tierra aparece como un pequeño punto, una mota de polvo en un rayo de luz, menos de un píxel en la inmensidad del espacio. «Esta perspectiva subraya nuestra responsabilidad de preservar y apreciar este pequeño punto azul claro, la única casa que hemos conocido», dijo entonces astrónomo y divulgador Carl Sagan, que participó en el proyecto.
Adiós Sistema Solar
La Voyager 1 es, de las dos naves, la que se encuentra más lejos. Entró en el espacio interestelar el 25 de agosto de 2012, aunque la hazaña no fue confirmada hasta un año después porque los expertos de la NASA querían estar completamente seguros de los datos antes de darlos a conocer. Ahora, la nave estaba a casi 20.900 millones de kilómetros de la Tierra. Si pudiéramos viajar a la velocidad de la luz, tardaríamos 19 horas y 20 minutos en llegar allí.
Ambas naves pueden producir suficiente energía para sobrevivir y comunicarse hasta 2020, según estimaciones de la NASA, momento en el que sus generadores termonucleares de plutonio 238 se agoten por completo. Dentro de casi 40.000 años todavía no habrán alcanzado otra estrella y se encontrarán a 1,7 años luz de una en la constelación de la Osa Menor. Entonces, serán objetos inertes pero seguirán portando información sobre la civilización que las envió al espacio.
La Voyager 1 es, de las dos naves, la que se encuentra más lejos. Entró en el espacio interestelar el 25 de agosto de 2012, aunque la hazaña no fue confirmada hasta un año después porque los expertos de la NASA querían estar completamente seguros de los datos antes de darlos a conocer. Ahora, la nave estaba a casi 20.900 millones de kilómetros de la Tierra. Si pudiéramos viajar a la velocidad de la luz, tardaríamos 19 horas y 20 minutos en llegar allí.
Ambas naves pueden producir suficiente energía para sobrevivir y comunicarse hasta 2020, según estimaciones de la NASA, momento en el que sus generadores termonucleares de plutonio 238 se agoten por completo. Dentro de casi 40.000 años todavía no habrán alcanzado otra estrella y se encontrarán a 1,7 años luz de una en la constelación de la Osa Menor. Entonces, serán objetos inertes pero seguirán portando información sobre la civilización que las envió al espacio.
Rock y nuestra dirección
Gracias al disco de oro que llevan encima, si algún día unas criaturas inteligentes descubren las sondas podrán conocer información esencial sobre la humanidad e incluso pistas para encontrarnos, datos que compiló Sagan.
Los discos incluyen sonidos grabados como el canto de las ballenas, música como el «Johnny B. Goode» de Chuck Berry, las composiciones de Sebastian Bach, y ritmos de los aborígenes de Australia, Perú, Zaire y Japón. También hay imágenes, desde fórmulas matemáticas al cuerpo humano, y cosas más triviales como comida china, un aeropuerto o el interior de una fábrica. Información para decirle a otros quién vive en esa pequeña mota de polvo que un día nos mostraron las Voyager.
Fuentes: ABC
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