Las enanas marrones se forman a partir de la condensación de gas, tal como lo hacen las estrellas, pero carecen de la masa suficiente para fusionar átomos de hidrógeno y producir energía. Estos objetos, que algunos llaman estrellas fallidas, se parecen a los planetas gigantes gaseosos, pero debido a su mayor masa tienen características especiales.
El equipo de Daniel Apai, Esther Buenzli y Adam Showman, de la Universidad de Arizona en Estados Unidos, y Mark Marley de la NASA, apuntaron simultáneamente el Hubble y el Spitzer hacia una enana marrón con el largo nombre de 2MASSJ22282889-431026. Constataron que su luminosidad varía con el paso del tiempo. Su brillo aumenta y disminuye cada 90 minutos mientras gira. Pero lo más sorprendente es que el equipo también descubrió que ese ciclo de cambio en el brillo no era el mismo en todas las longitudes de onda.
Estas variaciones delatan la presencia de diferentes capas de material que giran alrededor de la enana marrón conformando masas de nubes tormentosas tan grandes como la Tierra misma, impulsadas por vientos feroces.
El Spitzer y el Hubble ven diferentes capas atmosféricas de ese extraño mundo debido a que ciertas longitudes de onda infrarrojas son bloqueadas por los vapores de agua y metano a una gran altitud, mientras que otras longitudes de onda infrarrojas emergen de capas más profundas.
A diferencia de las nubes de agua de la Tierra o las nubes de amoníaco de Júpiter, las nubes en las enanas marrones conocidas suelen estar compuestas de granos calientes de arena, gotas de hierro líquido y otros compuestos exóticos.
A pesar de que las enanas marrones son frías en comparación con las estrellas propiamente dichas, sus temperaturas a menudo resultan muy tórridas si tomamos como referencia a los planetas gigantes gaseosos de nuestro sistema solar e incluso a la Tierra.
La temperatura de 2MASSJ22282889-431026 está aproximadamente entre los 600 y los 700 grados centígrados (de 1.100 a 1.300 grados Fahrenheit).
El análisis de las nubes tormentosas de esa enana marrón sugiere que son algo así como versiones gigantes de la Gran Mancha Roja de Júpiter, una tempestad colosal que lleva activa desde hace dos o tres siglos.
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