La conclusión a la que llegó el astrónomo Frank Drake a partir de su propia ecuación -una decena de civilizaciones capaces de comunicarse con nosotros en la Vía Láctea-, hoy, medio siglo después y a la vista de los últimos descubrimientos astronómicos, nos parece excesivamente prudente, y muchos creen que esas civilizaciones galácticas podrían contarse por cientos o miles.
A pesar de lo difícil que resulta detectar planetas extrasolares, ya se conocen más de tres mil, y algunos astrónomos consideran probable que la mayoría de las estrellas tengan planetas orbitando a su alrededor, lo que significaría que los “ecomundos” (planetas idóneos para albergar vida) se podrían contar por cientos de millones.
Y ahí es donde surge con renovada fuerza la conocida como “paradoja de Fermi”, pues el gran físico italiano, inspirador de la ecuación de Drake, se preguntó a mediados del siglo pasado por qué ninguno de esos supuestos vecinos galácticos se había puesto en contacto con nosotros ni había dejado ninguna huella perceptible de su presencia en el cosmos.
Una de las posibles explicaciones de esta paradoja es la denominada“hipótesis de la Tierra especial”, según la cual, aunque hubiera muchos planetas similares al nuestro, se requieren tal cantidad de condiciones para que se desarrolle la vida inteligente, que el proceso podría haberse dado en muy pocos planetas, tal vez solo en la Tierra. Pero esta hipótesis parte del supuesto de que la vida inteligente solo puede desarrollarse mediante un proceso análogo al que se ha dado en nuestro planeta, y no tiene por qué ser necesariamente así.
Invito a nuestras/os sagaces lectoras/es a reflexionar sobre la paradoja de Fermi y sus implicaciones. O a seguir reflexionando, mejor dicho, pues ya han empezado hacerlo en los numerosos y muy interesantes comentarios de la semana pasada.
A pesar de lo difícil que resulta detectar planetas extrasolares, ya se conocen más de tres mil, y algunos astrónomos consideran probable que la mayoría de las estrellas tengan planetas orbitando a su alrededor, lo que significaría que los “ecomundos” (planetas idóneos para albergar vida) se podrían contar por cientos de millones.
Y ahí es donde surge con renovada fuerza la conocida como “paradoja de Fermi”, pues el gran físico italiano, inspirador de la ecuación de Drake, se preguntó a mediados del siglo pasado por qué ninguno de esos supuestos vecinos galácticos se había puesto en contacto con nosotros ni había dejado ninguna huella perceptible de su presencia en el cosmos.
Una de las posibles explicaciones de esta paradoja es la denominada“hipótesis de la Tierra especial”, según la cual, aunque hubiera muchos planetas similares al nuestro, se requieren tal cantidad de condiciones para que se desarrolle la vida inteligente, que el proceso podría haberse dado en muy pocos planetas, tal vez solo en la Tierra. Pero esta hipótesis parte del supuesto de que la vida inteligente solo puede desarrollarse mediante un proceso análogo al que se ha dado en nuestro planeta, y no tiene por qué ser necesariamente así.
Invito a nuestras/os sagaces lectoras/es a reflexionar sobre la paradoja de Fermi y sus implicaciones. O a seguir reflexionando, mejor dicho, pues ya han empezado hacerlo en los numerosos y muy interesantes comentarios de la semana pasada.
Visitando a nuestros vecinos
Supongamos que en nuestro entorno galáctico más próximo hay tres planetas habitados por seres inteligentes, a “solo” 10, 20 y 30 años luz de distancia de la Tierra respectivamente. ¿Cuál es la distancia mínima a la que pueden estar dos de esos exoplanetas entre sí? ¿Y la máxima?
Queremos visitar esos tres mundos, uno tras otro, en un solo viaje. ¿Cuál es la disposición espacial que haría que ese viaje fuera mínimo en cuanto a la distancia recorrida por nuestra astronave? ¿Y la disposición que daría lugar al recorrido más largo?
Carlo Frabetti es escritor y matemático, miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York. Ha publicado más de 50 obras de divulgación científica para adultos, niños y jóvenes, entre ellos Maldita física, Malditas matemáticas o El gran juego. Fue guionista de La bola de cristal.
Fuentes: El País
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